¡La mía, sin pepperoni!
¿Comió o no comió pizza Yago Valtrueno?
El
colmo de la angustia de un novelista no es comerse la edición entera de su obra
porque nadie la compre. ¡Qué va! Es mucho peor que un lector perspicaz eche por
tierra su trabajo de documentación. Al fin y al cabo, más vale honra sin ventas
que ventas sin honra… ¿No?
El caso
es que el día que presentamos El viento
de mis velas en Arenas –aún no hace un mes– tuve uno de esos momentos de
sudor frío. Paco Vázquez, con la seguridad que lo acompaña –y, a mayores, con
cinco años en Roma y una sonrisa amable–, dudó de que Yago Valtrueno hubiese
comido pizza en la Coruña del siglo XVIII. Y no porque no hubiéramos tenido un
figón italiano en la ciudad, sino porque la pizza margarita –argumentó el ex
embajador– se creó en 1889 en honor de la reina Margarita de Saboya.
El
apunte crítico salió del siguiente pasaje de la novela: «la mesonera llegó con
un pan chato y grande como la rueda de un carro. Venía humeante, crujiente y, a
tramos, agujereado, como si el calor hubiera escapado por ahí como escapan lava
y vapores de las chimeneas de un volcán». Yago añade que, por encima, traía
ajo, perejil, orégano, albahaca y una salsa de tomate.
Focaccia |
Después
del comentario de Paco Vázquez, allá que me fui yo a consultar mis notas. Y confirmé
que él tenía razón; pero yo también. ¡Qué alivio! Recordé, además, que los
antiguos latinos ya comían pizza, como bien cuenta Virgilio en el séptimo libro
de La Eneida: «Eneas y sus nobles
capitanes […] entre la hierba tenían colocados los manjares sobre tortas de
harina». Incluso hacen bromas con aquellas pizzas primitivas: «¡Mirad, nos
comemos las mesas!».
Usar
panes sin levar como soporte de otros alimentos es costumbre antiquísima. Dario
el Grande comía dátiles y requesón sobre tortas finas; los griegos, sus
enemigos mortales, las llamaban plakuntos
y las aliñaban con hierbas, especias, ajo y cebolla. Los legionarios
romanos cocían panes de campaña –focaccia–
de origen etrusco, quizá como los que dice Virgilio que comió Eneas, padre
legendario de Roma. Y, por si esto fuera poco, en el año 997 encontramos en un
texto en latín la palabra pizza; se
trata de un documento municipal con atribución de diezmos, en Gaeta, cerca de
Nápoles.
Pizza blanca |
Desde
ese momento hasta el siglo XVIII, los italianos comieron pizza bianca, pues el tomate aún no se había descubierto; cuando
llegó de América fue considerado venenoso y su uso se limitó a la jardinería
exótica. La primera constancia de una pizza napolitana
cubierta con salsa de tomate es de 1734.
En
fin, que, al menos en las páginas de El viento de mis velas, fue posible comer pizza en Coruña en el siglo XVIII;
para más señas, en el figón de donna Sofía,
una matrona siciliana amiga del primer empresario de teatro que hubo en la
ciudad: Nicolás Setaro. Dice Yago que el mesón estaba en la calle de los
Cartuchos. Y digo yo que si pasárais por allí con los ojos del alma y no con los
que lleváis a los lados de la nariz, podríais embriagaros aún con los deliciosos
aromas de aquel horno… ¿Existió? Yago dice que sí.
Figón de Los Cartuchos |