GUIRIS CON PUÑETAS
Navidades sí; españolas no
Soy consciente de que a veces cargo un poco la mano en los titulares, ¿pero qué quieres? Somos tantos blogueros asomando la cabecita entre la malla de la Red, que de algún modo habrá que hacerse notar. El título de hoy -que ya verás que no es exagerado- viene por las muchas quejas que oigo y leo sobre la invasión de tradiciones extranjeras en las Pascuas españolas.
A los que se quejan no les falta razón: entre Halloween y Santa Claus, con el Black Friday por en medio, solo nos falta disfrazarnos de indios y puritanos y celebrar Acción de Gracias. Yo ya estoy preparando los petardos para el 4 de julio, por si las moscas. No sé decirte si tiene que ver con la globalización o con la idiotización, pero así está el paisaje. Y el paisanaje. Para mí, lo peor no es que adoptemos costumbres que nada -o eso creemos- tienen que ver con nosotros; al fin y al cabo, las costumbres, los idiomas y las fronteras cambian con el tiempo. Lo peor, y lo único que se mantiene, es la codicia de quienes te venden lo que sea a costa de tu alma, como si fueran mefistófeles del Hades consumista.
Pues ojo a lo que te traigo. Aquí suelo hablar, en general, del siglo XVIII español y de lo mucho que se me parece al nuestro, aún balbuciente. Desde hace dos meses, y a mayores, te cuento las opiniones sobre España de unos cuantos guiris ilustrados, con sus puñetas, su camisita y su canesú. Hoy lo junto todo para presentarte una entrada de GUIRIS CON PUÑETAS que no tiene como protagonista a un viajero dieciochesco, sino a un país y a sus navidades presuntamente tradicionales. En realidad, no quiero engañarte, se trata de una revisión, corrección y actualización de una vieja entrada que me trae un inesperado sentimiento de añoranza al confirmar que el tiempo pasa por la escritura igual que pasa por la piel. Así que nada, a renovarse; y tú prepárate...
Fue en aquellos tiempos de las luces -las del intelecto, no las navideñas- cuando llegaron a España -sí, he dicho "llegaron"- tradiciones pascuales que, si preguntas por ahí, te dirán que ya las celebraban los reyes godos. Pues de eso nada, y te lo voy a demostrar. Vamos por orden. O sea, empecemos por el Gordo...
Carlos III llegó a España en 1759 para hacerse cargo del trono de un imperio; venía de ser rey de Nápoles. Por mucho que lo disfracemos de bondadoso ilustrado y de magnífico alcalde de Madrid, el hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio tuvo como rasgos fundamentales de su política la fuerza y la absoluta conciencia de ser el dueño de todo. Eso significaba presencia internacional -diplomática y bélica- a costa de sangrar a España y América. Ya sé que no es lo que primero que te cuentan por ahí, pero por eso hay bibliotecas y librerías.
Tres años después, en 1762, la vida se le tiñó a Carlos de Borbón del color del sobaco de un cuervo. Los ingleses conquistaron La Habana y Manila y se asentaron en Belice; Madrid tuvo que romper hostilidades en el Atlántico Sur con británicos y portugueses, con las Malvinas de por medio, claro. Un año antes, por culpa de pactos familiares con los Borbones franceses, España se había metido de cabeza en la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Aunque siempre hemos llamado "mundiales" a las dos grandes guerras del siglo XX, las del XVIII no lo fueron menos, pues los soldados de las monarquías europeas lucharon en Europa, en las dos Américas y en Asia, como puedes ver en el mapa; en verde tienes a Francia y sus aliados y en azul a los ingleses con los suyos. ¿Las causas de aquel conflicto? El dominio de Silesia y la supremacía colonial en América del Norte y la India.
Por si fuera poco, 1763 fue un año de hambruna en la Península al malograrse la cosecha de trigo. Hoy, sobre todo si estamos a dieta, podemos prescindir del pan, pero entonces era indispensable como base alimenticia. Con semejante panorama, al ministro de Hacienda, el impopular (va con el cargo) Marqués de Esquilache, se le ocurrió un modo de hacer sangría sin usar sanguijuelas fiscales: ¡la Lotería!
En realidad, Carlos III y Esquilache la importaron de Nápoles. Era casi gemela de la hoy llamada "Primitiva", de ahí el nombre de la actual. El primer sorteo se celebró el 10 de diciembre de 1763; se recaudaron 187.500 reales, de los que tres cuartas partes se fueron en premios (141.000, real arriba, real abajo) y el resto a la Hacienda del Rey (que no era la de todos). La Lotería moderna nació en 1811, también como aporte de fondos bélicos a la guerra contra Bonaparte. El 18 de diciembre de 1812, en Cádiz, se celebró el primer sorteo decembrino. El primer Gordo cayó en el 03604. Ochenta años después, el 23 de diciembre de 1892, se celebró el primer sorteo de Navidad instituido como tal. En fin, que el "tradicional" Gordo lo es por los macarrones napolitanos, no por la tortilla de patatas y el jamón.
Repuesto de la desilusión de que el invento de la lotería no venga de un ¡Eureka! de don Pelayo en Covadonga, me apresto a montar el belén. "¿Me vas a decir que tampoco es español?". Pues sí, te lo voy a decir. El belén también es espaguettino, lo mires como lo mires.
Se dice que el primer belén lo armó san Francisco de Asís en la Nochebuena de 1223, en la Toscana. Aquel nacimiento netamente religioso llegó a España con los franciscanos. Pero fue Carlos III -dos de dos- el que nos trajo el pesebre que hoy conocemos: cortesano, lujoso y pleno de arte, heredero de los presepi esplendorosos del Reino de las Dos Sicilias. Aquellos belenes se convirtieron en un juego de nobles, un divertimento mundano y elegante para la aristocracia y la burguesía rampante, que yo recuerdo haber repetido, sin tanto lujo, en mi niñez. Cuando revivo a mi madre y al niño que fui armando el belén dos días antes de Nochebuena, aún con los ecos de los cantores de San Ildefonso en los oídos, se me eriza el vello de los brazos. "¿Has dicho dos días antes?"... Sí, claro, cuando llegaba la Navidad; es que era un belén casero, no de centro comercial, que los ponen en manga corta... "¡Qué exótico, qué aventureros, qué locos, casi en la víspera!".
Llegados a este punto -sin salir de pobres y con ganas de montar un belén-, nos disponemos a cenar. Igual tú cenas besugo encamado en patatas jugosas; o una gallina de verdad escoltada con lombarda y castañas; o bacalao con coliflor y ajada... O yo estoy flipando mucho porque me he creído que hemos salido de la crisis. En todo caso, en el reino fantástico de la Navidad el pavo es el rey de la mesa. En las nochebuenas del siglo XVIII español ya se comía pavo, especialmente en Cataluña, donde gustaban mucho de la volatería, como atestigua este viajero español, ejemplo de burócrata ilustrado:
"Hay también algunas comidas de cajón, que no se dejan por más que valga menos la faltriquera [...] por Navidad, el pavo con los turrones y barquillos para postres, con su malvasía para mojarlos" (Diarios de los viajes hechos en Cataluña, Francisco de Zamora, 1790)
¿Y de dónde vino el pavo? "¡De Nápoles y lo trajo Carlos III!"... ¡Eeeeeeeerror!: de Méjico y lo trajo Hernán Cortés en el primer tercio del siglo XVI. Los aztecas lo llamaban guajolote y los jesuitas lo introdujeron en Europa. ¿Satisfecho? Pues vamos a por las uvas... "¡¿Tampoco las uvas?!" ¡Taaaaampoco! Empiezo a disfrutarlo; me siento como el amigo que te contó que no existen... Bueno, ya me entiendes, esos tres señores que le hacen la competencia al otro más gordo con barba blanca... ¿Algún niño en la sala?
La "tradición" de las doce uvas no es del XVIII, nace en el siglo XIX, pero total, ya puestos a desbaratarte los esquemas, tiro pa'lante. A las uvas de Nochevieja las parieron los fashion victims de la época y, a mayores, unos agricultores agobiados. De entrada, fueron los pijos decimonónicos madrileños los que importaron la moda francesa de tomar champán con uvas la última noche del año.
Pero en 1903, viticultores levantinos agobiados por el excedente de uva popularizaron definitivamente esa costumbre exquisita. Y ya ves, hoy habrá quien piense que el Cid se las ponía en la boquita a doña Jimena mientras su escudero daba las campanadas en el escudo.
Miedo me da, por si te da algo a ti, mencionar el turun, dulce de miel y frutos secos del que habla un médico musulmán del siglo XI en su tratado De medicinis et cibis semplicibus. Por no traer a colación el mazapán persa, o árabe, que ahí no se ponen de acuerdo los gastrónomos.
Y por fin... "¿Pero aún hay más?: ¡Atila, que eres un Atila de la Navidad! Por donde pisas ya no crece el acebo". Oye, ¿qué quieres que te diga?, culpa mía no es. Te iba a contar que, por fin, llegamos al roscón. Y aquí nos vamos a ir aún más lejos, hasta la Saturnalia romana, la fiesta del solsticio de invierno -nuestra Navidad-, cuando amos y esclavos intercambiaban sus papeles. Era una especie de carnaval en el que se comían tortas de harina y miel rellenas con higos y dátiles y que tenían sorpresa: un haba seca dentro. Quien la encontraba era coronado como Rey del Haba.
La costumbre renació en la Francia medieval y de allí la trajo Felipe V siglos más tarde. En la corte francesa el haba quedó como minucia y burla, siendo el regalo una codiciada moneda de oro. En España, el roscón se acompañaba, y se acompaña, con chocolate, que, mira por donde, también vino de Centroamérica, donde los aztecas lo tomaban sin azúcar, pero con harina de maíz y ají.
Por cierto, son los antiguos latinos los creadores del aguinaldo. Un rey mítico de los sabinos, Tito Tacio, tenía la costumbre de regalar ramilletes de verbena, hierba portadora de felicidad, al comenzar el año. Ese humilde hábito se transformó en una ceremonia de pleitesía en la que los plutócratas romanos recibían presentes del resto de ciudadanos, obligando a los pobres a gastar lo que no tenían.
Tal costumbre se mantuvo a lo largo de los siglos hasta que en Francia quisieron prohibirla durante la Revolución. Imposible. Los sirvientes de toda condición pusieron el grito en el cielo, pues se habían acostumbrado a recibir un aguinaldo al llegar la Navidad.
En resumen: el Gordo, los belenes y el aguinaldo, italianos; el pavo y el chocolate, mexicanos; y las uvas y el roscón, franceses. Y a ti te preocupa Santa Claus... ¿Cómo se te ha quedado el cuerpo?, ¿de jota? Pues resulta que la jota tampoco... ¡vale, vale!, lo dejo ahí. No, no lo dejo, porque la pandereta, a la que tanto nos gusta asociar a nuestro país, es casi seguro que naciera en Oriente Medio cuando Matusalén perdió su primer diente de leche. En fin, que nuestras más sentidas tradiciones pascuales son guiris, ¡menuda puñeta!
Bueno, no te lo tomes a la tremenda. Conocer el origen de una tradición que creías propia te puede ayudar a ser más tolerante con esas otras que hoy aborreces. Es Navidad, permite que la mansedumbre, la flema, la paciencia bienvenida y la paz te inunden. ¿Qué más te da? Escoge, haz tuyas las tradiciones que te hagan feliz y deja a los demás con las suyas. Es tiempo de recogerse al abrigo de los fuegos interiores, no de los de una chimenea, sino de esos otros que levantan las brasas de tu memoria y tu corazón. Ten una Feliz y Mansa Navidad. Te lo deseo...
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Soy consciente de que a veces cargo un poco la mano en los titulares, ¿pero qué quieres? Somos tantos blogueros asomando la cabecita entre la malla de la Red, que de algún modo habrá que hacerse notar. El título de hoy -que ya verás que no es exagerado- viene por las muchas quejas que oigo y leo sobre la invasión de tradiciones extranjeras en las Pascuas españolas.
A los que se quejan no les falta razón: entre Halloween y Santa Claus, con el Black Friday por en medio, solo nos falta disfrazarnos de indios y puritanos y celebrar Acción de Gracias. Yo ya estoy preparando los petardos para el 4 de julio, por si las moscas. No sé decirte si tiene que ver con la globalización o con la idiotización, pero así está el paisaje. Y el paisanaje. Para mí, lo peor no es que adoptemos costumbres que nada -o eso creemos- tienen que ver con nosotros; al fin y al cabo, las costumbres, los idiomas y las fronteras cambian con el tiempo. Lo peor, y lo único que se mantiene, es la codicia de quienes te venden lo que sea a costa de tu alma, como si fueran mefistófeles del Hades consumista.
Pues ojo a lo que te traigo. Aquí suelo hablar, en general, del siglo XVIII español y de lo mucho que se me parece al nuestro, aún balbuciente. Desde hace dos meses, y a mayores, te cuento las opiniones sobre España de unos cuantos guiris ilustrados, con sus puñetas, su camisita y su canesú. Hoy lo junto todo para presentarte una entrada de GUIRIS CON PUÑETAS que no tiene como protagonista a un viajero dieciochesco, sino a un país y a sus navidades presuntamente tradicionales. En realidad, no quiero engañarte, se trata de una revisión, corrección y actualización de una vieja entrada que me trae un inesperado sentimiento de añoranza al confirmar que el tiempo pasa por la escritura igual que pasa por la piel. Así que nada, a renovarse; y tú prepárate...
Fue en aquellos tiempos de las luces -las del intelecto, no las navideñas- cuando llegaron a España -sí, he dicho "llegaron"- tradiciones pascuales que, si preguntas por ahí, te dirán que ya las celebraban los reyes godos. Pues de eso nada, y te lo voy a demostrar. Vamos por orden. O sea, empecemos por el Gordo...
Carlos III llegó a España en 1759 para hacerse cargo del trono de un imperio; venía de ser rey de Nápoles. Por mucho que lo disfracemos de bondadoso ilustrado y de magnífico alcalde de Madrid, el hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio tuvo como rasgos fundamentales de su política la fuerza y la absoluta conciencia de ser el dueño de todo. Eso significaba presencia internacional -diplomática y bélica- a costa de sangrar a España y América. Ya sé que no es lo que primero que te cuentan por ahí, pero por eso hay bibliotecas y librerías.
Tres años después, en 1762, la vida se le tiñó a Carlos de Borbón del color del sobaco de un cuervo. Los ingleses conquistaron La Habana y Manila y se asentaron en Belice; Madrid tuvo que romper hostilidades en el Atlántico Sur con británicos y portugueses, con las Malvinas de por medio, claro. Un año antes, por culpa de pactos familiares con los Borbones franceses, España se había metido de cabeza en la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Aunque siempre hemos llamado "mundiales" a las dos grandes guerras del siglo XX, las del XVIII no lo fueron menos, pues los soldados de las monarquías europeas lucharon en Europa, en las dos Américas y en Asia, como puedes ver en el mapa; en verde tienes a Francia y sus aliados y en azul a los ingleses con los suyos. ¿Las causas de aquel conflicto? El dominio de Silesia y la supremacía colonial en América del Norte y la India.
Por si fuera poco, 1763 fue un año de hambruna en la Península al malograrse la cosecha de trigo. Hoy, sobre todo si estamos a dieta, podemos prescindir del pan, pero entonces era indispensable como base alimenticia. Con semejante panorama, al ministro de Hacienda, el impopular (va con el cargo) Marqués de Esquilache, se le ocurrió un modo de hacer sangría sin usar sanguijuelas fiscales: ¡la Lotería!
En realidad, Carlos III y Esquilache la importaron de Nápoles. Era casi gemela de la hoy llamada "Primitiva", de ahí el nombre de la actual. El primer sorteo se celebró el 10 de diciembre de 1763; se recaudaron 187.500 reales, de los que tres cuartas partes se fueron en premios (141.000, real arriba, real abajo) y el resto a la Hacienda del Rey (que no era la de todos). La Lotería moderna nació en 1811, también como aporte de fondos bélicos a la guerra contra Bonaparte. El 18 de diciembre de 1812, en Cádiz, se celebró el primer sorteo decembrino. El primer Gordo cayó en el 03604. Ochenta años después, el 23 de diciembre de 1892, se celebró el primer sorteo de Navidad instituido como tal. En fin, que el "tradicional" Gordo lo es por los macarrones napolitanos, no por la tortilla de patatas y el jamón.
Repuesto de la desilusión de que el invento de la lotería no venga de un ¡Eureka! de don Pelayo en Covadonga, me apresto a montar el belén. "¿Me vas a decir que tampoco es español?". Pues sí, te lo voy a decir. El belén también es espaguettino, lo mires como lo mires.
Se dice que el primer belén lo armó san Francisco de Asís en la Nochebuena de 1223, en la Toscana. Aquel nacimiento netamente religioso llegó a España con los franciscanos. Pero fue Carlos III -dos de dos- el que nos trajo el pesebre que hoy conocemos: cortesano, lujoso y pleno de arte, heredero de los presepi esplendorosos del Reino de las Dos Sicilias. Aquellos belenes se convirtieron en un juego de nobles, un divertimento mundano y elegante para la aristocracia y la burguesía rampante, que yo recuerdo haber repetido, sin tanto lujo, en mi niñez. Cuando revivo a mi madre y al niño que fui armando el belén dos días antes de Nochebuena, aún con los ecos de los cantores de San Ildefonso en los oídos, se me eriza el vello de los brazos. "¿Has dicho dos días antes?"... Sí, claro, cuando llegaba la Navidad; es que era un belén casero, no de centro comercial, que los ponen en manga corta... "¡Qué exótico, qué aventureros, qué locos, casi en la víspera!".
Llegados a este punto -sin salir de pobres y con ganas de montar un belén-, nos disponemos a cenar. Igual tú cenas besugo encamado en patatas jugosas; o una gallina de verdad escoltada con lombarda y castañas; o bacalao con coliflor y ajada... O yo estoy flipando mucho porque me he creído que hemos salido de la crisis. En todo caso, en el reino fantástico de la Navidad el pavo es el rey de la mesa. En las nochebuenas del siglo XVIII español ya se comía pavo, especialmente en Cataluña, donde gustaban mucho de la volatería, como atestigua este viajero español, ejemplo de burócrata ilustrado:
La "tradición" de las doce uvas no es del XVIII, nace en el siglo XIX, pero total, ya puestos a desbaratarte los esquemas, tiro pa'lante. A las uvas de Nochevieja las parieron los fashion victims de la época y, a mayores, unos agricultores agobiados. De entrada, fueron los pijos decimonónicos madrileños los que importaron la moda francesa de tomar champán con uvas la última noche del año.
Pero en 1903, viticultores levantinos agobiados por el excedente de uva popularizaron definitivamente esa costumbre exquisita. Y ya ves, hoy habrá quien piense que el Cid se las ponía en la boquita a doña Jimena mientras su escudero daba las campanadas en el escudo.
Miedo me da, por si te da algo a ti, mencionar el turun, dulce de miel y frutos secos del que habla un médico musulmán del siglo XI en su tratado De medicinis et cibis semplicibus. Por no traer a colación el mazapán persa, o árabe, que ahí no se ponen de acuerdo los gastrónomos.
Y por fin... "¿Pero aún hay más?: ¡Atila, que eres un Atila de la Navidad! Por donde pisas ya no crece el acebo". Oye, ¿qué quieres que te diga?, culpa mía no es. Te iba a contar que, por fin, llegamos al roscón. Y aquí nos vamos a ir aún más lejos, hasta la Saturnalia romana, la fiesta del solsticio de invierno -nuestra Navidad-, cuando amos y esclavos intercambiaban sus papeles. Era una especie de carnaval en el que se comían tortas de harina y miel rellenas con higos y dátiles y que tenían sorpresa: un haba seca dentro. Quien la encontraba era coronado como Rey del Haba.
La costumbre renació en la Francia medieval y de allí la trajo Felipe V siglos más tarde. En la corte francesa el haba quedó como minucia y burla, siendo el regalo una codiciada moneda de oro. En España, el roscón se acompañaba, y se acompaña, con chocolate, que, mira por donde, también vino de Centroamérica, donde los aztecas lo tomaban sin azúcar, pero con harina de maíz y ají.
Por cierto, son los antiguos latinos los creadores del aguinaldo. Un rey mítico de los sabinos, Tito Tacio, tenía la costumbre de regalar ramilletes de verbena, hierba portadora de felicidad, al comenzar el año. Ese humilde hábito se transformó en una ceremonia de pleitesía en la que los plutócratas romanos recibían presentes del resto de ciudadanos, obligando a los pobres a gastar lo que no tenían.
Tal costumbre se mantuvo a lo largo de los siglos hasta que en Francia quisieron prohibirla durante la Revolución. Imposible. Los sirvientes de toda condición pusieron el grito en el cielo, pues se habían acostumbrado a recibir un aguinaldo al llegar la Navidad.
En resumen: el Gordo, los belenes y el aguinaldo, italianos; el pavo y el chocolate, mexicanos; y las uvas y el roscón, franceses. Y a ti te preocupa Santa Claus... ¿Cómo se te ha quedado el cuerpo?, ¿de jota? Pues resulta que la jota tampoco... ¡vale, vale!, lo dejo ahí. No, no lo dejo, porque la pandereta, a la que tanto nos gusta asociar a nuestro país, es casi seguro que naciera en Oriente Medio cuando Matusalén perdió su primer diente de leche. En fin, que nuestras más sentidas tradiciones pascuales son guiris, ¡menuda puñeta!
Bueno, no te lo tomes a la tremenda. Conocer el origen de una tradición que creías propia te puede ayudar a ser más tolerante con esas otras que hoy aborreces. Es Navidad, permite que la mansedumbre, la flema, la paciencia bienvenida y la paz te inunden. ¿Qué más te da? Escoge, haz tuyas las tradiciones que te hagan feliz y deja a los demás con las suyas. Es tiempo de recogerse al abrigo de los fuegos interiores, no de los de una chimenea, sino de esos otros que levantan las brasas de tu memoria y tu corazón. Ten una Feliz y Mansa Navidad. Te lo deseo...
A los que se quejan no les falta razón: entre Halloween y Santa Claus, con el Black Friday por en medio, solo nos falta disfrazarnos de indios y puritanos y celebrar Acción de Gracias. Yo ya estoy preparando los petardos para el 4 de julio, por si las moscas. No sé decirte si tiene que ver con la globalización o con la idiotización, pero así está el paisaje. Y el paisanaje. Para mí, lo peor no es que adoptemos costumbres que nada -o eso creemos- tienen que ver con nosotros; al fin y al cabo, las costumbres, los idiomas y las fronteras cambian con el tiempo. Lo peor, y lo único que se mantiene, es la codicia de quienes te venden lo que sea a costa de tu alma, como si fueran mefistófeles del Hades consumista.
Pues ojo a lo que te traigo. Aquí suelo hablar, en general, del siglo XVIII español y de lo mucho que se me parece al nuestro, aún balbuciente. Desde hace dos meses, y a mayores, te cuento las opiniones sobre España de unos cuantos guiris ilustrados, con sus puñetas, su camisita y su canesú. Hoy lo junto todo para presentarte una entrada de GUIRIS CON PUÑETAS que no tiene como protagonista a un viajero dieciochesco, sino a un país y a sus navidades presuntamente tradicionales. En realidad, no quiero engañarte, se trata de una revisión, corrección y actualización de una vieja entrada que me trae un inesperado sentimiento de añoranza al confirmar que el tiempo pasa por la escritura igual que pasa por la piel. Así que nada, a renovarse; y tú prepárate...
Fue en aquellos tiempos de las luces -las del intelecto, no las navideñas- cuando llegaron a España -sí, he dicho "llegaron"- tradiciones pascuales que, si preguntas por ahí, te dirán que ya las celebraban los reyes godos. Pues de eso nada, y te lo voy a demostrar. Vamos por orden. O sea, empecemos por el Gordo...
Carlos III llegó a España en 1759 para hacerse cargo del trono de un imperio; venía de ser rey de Nápoles. Por mucho que lo disfracemos de bondadoso ilustrado y de magnífico alcalde de Madrid, el hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio tuvo como rasgos fundamentales de su política la fuerza y la absoluta conciencia de ser el dueño de todo. Eso significaba presencia internacional -diplomática y bélica- a costa de sangrar a España y América. Ya sé que no es lo que primero que te cuentan por ahí, pero por eso hay bibliotecas y librerías.
Tres años después, en 1762, la vida se le tiñó a Carlos de Borbón del color del sobaco de un cuervo. Los ingleses conquistaron La Habana y Manila y se asentaron en Belice; Madrid tuvo que romper hostilidades en el Atlántico Sur con británicos y portugueses, con las Malvinas de por medio, claro. Un año antes, por culpa de pactos familiares con los Borbones franceses, España se había metido de cabeza en la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Aunque siempre hemos llamado "mundiales" a las dos grandes guerras del siglo XX, las del XVIII no lo fueron menos, pues los soldados de las monarquías europeas lucharon en Europa, en las dos Américas y en Asia, como puedes ver en el mapa; en verde tienes a Francia y sus aliados y en azul a los ingleses con los suyos. ¿Las causas de aquel conflicto? El dominio de Silesia y la supremacía colonial en América del Norte y la India.
Por si fuera poco, 1763 fue un año de hambruna en la Península al malograrse la cosecha de trigo. Hoy, sobre todo si estamos a dieta, podemos prescindir del pan, pero entonces era indispensable como base alimenticia. Con semejante panorama, al ministro de Hacienda, el impopular (va con el cargo) Marqués de Esquilache, se le ocurrió un modo de hacer sangría sin usar sanguijuelas fiscales: ¡la Lotería!
En realidad, Carlos III y Esquilache la importaron de Nápoles. Era casi gemela de la hoy llamada "Primitiva", de ahí el nombre de la actual. El primer sorteo se celebró el 10 de diciembre de 1763; se recaudaron 187.500 reales, de los que tres cuartas partes se fueron en premios (141.000, real arriba, real abajo) y el resto a la Hacienda del Rey (que no era la de todos). La Lotería moderna nació en 1811, también como aporte de fondos bélicos a la guerra contra Bonaparte. El 18 de diciembre de 1812, en Cádiz, se celebró el primer sorteo decembrino. El primer Gordo cayó en el 03604. Ochenta años después, el 23 de diciembre de 1892, se celebró el primer sorteo de Navidad instituido como tal. En fin, que el "tradicional" Gordo lo es por los macarrones napolitanos, no por la tortilla de patatas y el jamón.
Repuesto de la desilusión de que el invento de la lotería no venga de un ¡Eureka! de don Pelayo en Covadonga, me apresto a montar el belén. "¿Me vas a decir que tampoco es español?". Pues sí, te lo voy a decir. El belén también es espaguettino, lo mires como lo mires.
Se dice que el primer belén lo armó san Francisco de Asís en la Nochebuena de 1223, en la Toscana. Aquel nacimiento netamente religioso llegó a España con los franciscanos. Pero fue Carlos III -dos de dos- el que nos trajo el pesebre que hoy conocemos: cortesano, lujoso y pleno de arte, heredero de los presepi esplendorosos del Reino de las Dos Sicilias. Aquellos belenes se convirtieron en un juego de nobles, un divertimento mundano y elegante para la aristocracia y la burguesía rampante, que yo recuerdo haber repetido, sin tanto lujo, en mi niñez. Cuando revivo a mi madre y al niño que fui armando el belén dos días antes de Nochebuena, aún con los ecos de los cantores de San Ildefonso en los oídos, se me eriza el vello de los brazos. "¿Has dicho dos días antes?"... Sí, claro, cuando llegaba la Navidad; es que era un belén casero, no de centro comercial, que los ponen en manga corta... "¡Qué exótico, qué aventureros, qué locos, casi en la víspera!".
Llegados a este punto -sin salir de pobres y con ganas de montar un belén-, nos disponemos a cenar. Igual tú cenas besugo encamado en patatas jugosas; o una gallina de verdad escoltada con lombarda y castañas; o bacalao con coliflor y ajada... O yo estoy flipando mucho porque me he creído que hemos salido de la crisis. En todo caso, en el reino fantástico de la Navidad el pavo es el rey de la mesa. En las nochebuenas del siglo XVIII español ya se comía pavo, especialmente en Cataluña, donde gustaban mucho de la volatería, como atestigua este viajero español, ejemplo de burócrata ilustrado:
"Hay también algunas comidas de cajón, que no se dejan por más que valga menos la faltriquera [...] por Navidad, el pavo con los turrones y barquillos para postres, con su malvasía para mojarlos" (Diarios de los viajes hechos en Cataluña, Francisco de Zamora, 1790)¿Y de dónde vino el pavo? "¡De Nápoles y lo trajo Carlos III!"... ¡Eeeeeeeerror!: de Méjico y lo trajo Hernán Cortés en el primer tercio del siglo XVI. Los aztecas lo llamaban guajolote y los jesuitas lo introdujeron en Europa. ¿Satisfecho? Pues vamos a por las uvas... "¡¿Tampoco las uvas?!" ¡Taaaaampoco! Empiezo a disfrutarlo; me siento como el amigo que te contó que no existen... Bueno, ya me entiendes, esos tres señores que le hacen la competencia al otro más gordo con barba blanca... ¿Algún niño en la sala?
La "tradición" de las doce uvas no es del XVIII, nace en el siglo XIX, pero total, ya puestos a desbaratarte los esquemas, tiro pa'lante. A las uvas de Nochevieja las parieron los fashion victims de la época y, a mayores, unos agricultores agobiados. De entrada, fueron los pijos decimonónicos madrileños los que importaron la moda francesa de tomar champán con uvas la última noche del año.
Pero en 1903, viticultores levantinos agobiados por el excedente de uva popularizaron definitivamente esa costumbre exquisita. Y ya ves, hoy habrá quien piense que el Cid se las ponía en la boquita a doña Jimena mientras su escudero daba las campanadas en el escudo.
Miedo me da, por si te da algo a ti, mencionar el turun, dulce de miel y frutos secos del que habla un médico musulmán del siglo XI en su tratado De medicinis et cibis semplicibus. Por no traer a colación el mazapán persa, o árabe, que ahí no se ponen de acuerdo los gastrónomos.
Y por fin... "¿Pero aún hay más?: ¡Atila, que eres un Atila de la Navidad! Por donde pisas ya no crece el acebo". Oye, ¿qué quieres que te diga?, culpa mía no es. Te iba a contar que, por fin, llegamos al roscón. Y aquí nos vamos a ir aún más lejos, hasta la Saturnalia romana, la fiesta del solsticio de invierno -nuestra Navidad-, cuando amos y esclavos intercambiaban sus papeles. Era una especie de carnaval en el que se comían tortas de harina y miel rellenas con higos y dátiles y que tenían sorpresa: un haba seca dentro. Quien la encontraba era coronado como Rey del Haba.
La costumbre renació en la Francia medieval y de allí la trajo Felipe V siglos más tarde. En la corte francesa el haba quedó como minucia y burla, siendo el regalo una codiciada moneda de oro. En España, el roscón se acompañaba, y se acompaña, con chocolate, que, mira por donde, también vino de Centroamérica, donde los aztecas lo tomaban sin azúcar, pero con harina de maíz y ají.
Por cierto, son los antiguos latinos los creadores del aguinaldo. Un rey mítico de los sabinos, Tito Tacio, tenía la costumbre de regalar ramilletes de verbena, hierba portadora de felicidad, al comenzar el año. Ese humilde hábito se transformó en una ceremonia de pleitesía en la que los plutócratas romanos recibían presentes del resto de ciudadanos, obligando a los pobres a gastar lo que no tenían.
Tal costumbre se mantuvo a lo largo de los siglos hasta que en Francia quisieron prohibirla durante la Revolución. Imposible. Los sirvientes de toda condición pusieron el grito en el cielo, pues se habían acostumbrado a recibir un aguinaldo al llegar la Navidad.
En resumen: el Gordo, los belenes y el aguinaldo, italianos; el pavo y el chocolate, mexicanos; y las uvas y el roscón, franceses. Y a ti te preocupa Santa Claus... ¿Cómo se te ha quedado el cuerpo?, ¿de jota? Pues resulta que la jota tampoco... ¡vale, vale!, lo dejo ahí. No, no lo dejo, porque la pandereta, a la que tanto nos gusta asociar a nuestro país, es casi seguro que naciera en Oriente Medio cuando Matusalén perdió su primer diente de leche. En fin, que nuestras más sentidas tradiciones pascuales son guiris, ¡menuda puñeta!
Bueno, no te lo tomes a la tremenda. Conocer el origen de una tradición que creías propia te puede ayudar a ser más tolerante con esas otras que hoy aborreces. Es Navidad, permite que la mansedumbre, la flema, la paciencia bienvenida y la paz te inunden. ¿Qué más te da? Escoge, haz tuyas las tradiciones que te hagan feliz y deja a los demás con las suyas. Es tiempo de recogerse al abrigo de los fuegos interiores, no de los de una chimenea, sino de esos otros que levantan las brasas de tu memoria y tu corazón. Ten una Feliz y Mansa Navidad. Te lo deseo...
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